Arte y Cultura

El mono desnudo. Y la mona desnuda

Mono

En el pueblo donde nací y crecí, las dos fronteras en materia de artes plásticas eran Don Victor y el Peludito.

 Don Victor era el encargado de elaborar los anuncios de las películas que exhibía el Cine Corinto. Con sus pinceles y sus mezclas -del añil al azul y de ahí al negro- dibujaba, sobre “el papel de envolver” que le servía de tela, unas letras que en verdad eran una obra de arte. Los anuncios sobre Tarzán, Pedro Infante o Drácula, eran pintados con primor y pasión. Y de manera irrepetible para quienes en la escuela hacíamos competencias intentando imitarlo.

 El Peludito era otra cosa. De la misma manera que le entraba a una pared, armado con brocha gorda, también le entraba a un rotulito, de pincel fino: “se inyecta y se cose”, “se venden nacatamales”, o rótulos más pretenciosos como “Bar Las Tres Luces”, “Salón Goldies Palace”, “Salón la Puerta del Sol”. Toda obra acompañada, en algún ángulo, de su inconfundible rúbrica: “peludito”.

 Con esos antecedentes artísticos es perfectamente comprensible mi desconcierto, en el Museo Reina Sofía, en Madrid, ante una obra de arte moderno consistente en una pala quebrada. El mango de la pala colgado de una cuerda, del techo, y la cuchara de la pala en el suelo. No pude encontrar el arte en semejante obra. Por supuesto, me coloqué desde distintas perspectivas, con aires de experto, para que el grupo de visitantes que observaba no reconociera mis fronteras culturales, afinadas en la “Calle de la Amargura”, en Corinto.

 Menos arte aún encontré en un sofá viejo y desvencijado, adornado con un cojín, nuevo, ocupando toda una sala del mismo museo. Pero a esas alturas había recobrado la confianza. Más adelante, un manto largo, serpenteante a causa del abanico que soplaba por debajo del manto. El abanico, también parte de la obra. Supuse que el arte estaba en el serpenteo.

 Esta última expresión de arte plástico contemporáneo me hizo meditar en el valor artístico espectacular que en estos ambientes sofisticados podrían tener aquellas sábanas de pobre, ondeando al viento, colgadas de un alambre en cualquier patio de cualquier pueblo, hechas con aquellos retazos de cualquier tela, cualquier color y cualquier espesor. Los visitantes del “Reina Sofía” seguro que si quedarían pasmados ante esos mosaicos multiformes, serpenteando al viento.

 Eso sí, no puedo negar que permanecí alelado más de media hora ante la monumental “Guernica”. Portentosa obra, de acuerdo a mi ya descrito entendimiento artístico. Lo mismo que ante la Mona Lisa, recuperada y restaurada en el museo del Prado. Más brillante, más colorida, más joven que la del museo de Louvre, en París. Confieso que con la Maja Desnuda y las Tres Gracias mis motivaciones no fueron propiamente pictóricas.

 Todo el cuento anterior obedece a que recientemente viví la misma sensación de desconcierto y de ignorancia al asistir a la exposición “Vía Magonia” del  insigne pintor nicaragüense Omar de León, realizada por el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica.

 De un dibujo a otro, de un color a otro, de una forma a otra, de un estilo a otro, de un cuadro a otro, contrastaba la plástica con la lírica que destilaban las frases poéticas del pintor, que también acompañaban la exposición, cuadro a cuadro.

 Embelesado recorría la sala hasta que llegué al mono  desnudo. Y la mona desnuda. Pecado original se llama el cuadro. El mono con su “penuria” expuesta, haciendo alardes de lujuria. Mientras la mona, a pecho descubierto y enhiesto, ofrece decidida su manzana. Ambos, adelantan y delatan con su mirada la consumación inminente del acto que llevó a nuestra expulsión del paraíso y a la amarga condena: “con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”.

 Salí de la exposición con la misma sensación confusa que me ataca cada vez que visito esos palacios del arte contemporáneo, tan frecuentados en Europa y Estados Unidos. Y, como cada vez, me aferré como náufrago a balsa salvadora, al recuerdo tranquilo y sencillo de don Victor y el Peludito, que marcaron mis orígenes y fronteras “primigenias y ultigenias”, en materia de artes plásticas.

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