¿Hay en la Managua de hoy un sitio parecido al Farolito? No se. No puedo dar testimonio porque ya en mi retiro de aquellos tiempos no me queda circunstancia para correrías (Yo soy yo y mi circunstancia, nos repite Ortega y Gasset: Por cierto, mientras más lo leo, menos me gusta).
Quienes no pudieron conocer El Farolito imaginen un lugar envuelto en suave penumbra. En un segundo piso. Discreto. Elegante. Acogedor. Música romántica y para el romance. Al día con los intérpretes de esos tiempos, al menos el tiempo en que lo visitaba de cuando en vez: José José (…Deja correr mis manos, por donde te estremeces, quiero por fin tenerte…y hacerte mía ya…Voy a llenarte toda toda lentamente y poco a poco con mis besos…). O una musiquita disco ¨suavena¨, como Lou Rawls… Nunca encontrarás otro amor como el mío… O Barry White ¿Qué recuerdos les trae ¨The First, the last, my everthing¨…tu eres la respuesta a todos mis sueños…mi sol, mi luna, la estrella que me guía…Lo primero, lo ultimo, mi todo…? Pues a mí se me pone el corazón como naranja chupada…todo exprimido.
Ya cuando se acercaba la media noche y se habían ido las parejas que ¨se tenían que ir¨, comenzaban a poner un poco más movidas para los bailarines, llegaba el momento entonces de ¨A ver, a ver, a mover la colita…si no la mueve se le va a poner malita…¨.
En fin. Un ambiente para parejas enamoradas o a las puertas de enamorarse. ¿Que no cualquiera podía llegar? Mentira y verdad. Mentira porque estaba abierto para cualquiera. Verdad, porque no cualquiera podía con los precios.
Estaba situado en un segundo piso que construyeron en el restaurante Los Ranchos. Fue un intento por transformar el emblemático restaurante de Managua en un centro de diversiones que incluía además del Farolito un bar que no recuerdo bien como se llamaba, me parece que Las Leyendas.
Lástima por el tiempo que pasó…¡Un pichel de sangría por lo vivido!
Manuel
Efectivamente, el bar se llamaba Las Leyendas y tenía pinturas del maestro Leoncio Sáenz (de los Sáenz de Paxila, Matagalpa, no de los de Corinto). En este bar tocaba el piano un señor con un repertorio increíble de Agustín Lara que, por algunas horas, en aquel ambiente decorado con materiales y motivos nicaragüenses, nos hacía olvidar toda la presión de esa década… O tempora, o Mores.